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Algunos problemas matemáticos parecen sencillos, los intentas durante un año más o menos, y luego los intentas durante cien años, y resulta que son extremadamente difíciles de resolver. No hay ninguna razón por la que estos problemas no deban ser fáciles y, sin embargo, resultan ser extremadamente intrincados. El último teorema de Fermat es el mejor ejemplo de ello.