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Ahora bien, confieso que pertenezco a esa clase del país que contempla la esclavitud como un mal moral, social y político, teniendo debidamente en cuenta su existencia real entre nosotros y las dificultades para deshacerse de ella de cualquier manera satisfactoria, y todas las obligaciones constitucionales que se han arrojado sobre ella; pero, sin embargo, deseo una política que contemple la prevención de la misma como un mal, y espera con esperanza el momento en que como un mal pueda llegar a su fin.