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La alternativa a la que me inclino es renunciar a todos los eufemismos y agarrar la ortiga de la propia palabra ateísmo, precisamente porque es una palabra tabú portadora de frissons de fobia histérica. Puede que la masa crítica sea más difícil de alcanzar que con algún eufemismo no conflictivo, pero si lo lográramos con la temible palabra ateo, el impacto político sería tanto mayor.