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  • Cuando una vez atribuyes efectos a la voluntad de un Dios personal, has dejado entrar a un montón de pequeños dioses y malvados - entonces duendecillos, hadas, dríadas, náyades, brujas, fantasmas y duendes, pues tu imaginación se tambalea, alborotada, ebria, a flote sobre los restos flotantes de la superstición. Lo que sabes no cuenta. Sólo crees, y cuanto más crees, más te envaneces de que el miedo y la fe son superiores a la ciencia y a la visión.