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Fue durante esos largos y solitarios años cuando mi hambre por la libertad de mi propio pueblo se convirtió en hambre por la libertad de todos los pueblos, blancos y negros. Sabía tan bien como cualquier otra cosa que el opresor debe ser liberado con la misma certeza que el oprimido. Un hombre que priva a otro de su libertad es un prisionero del odio, está encerrado tras las rejas del prejuicio y la estrechez de miras. No soy verdaderamente libre si le quito la libertad a otro, del mismo modo que no soy libre si me quitan la mía. Tanto al oprimido como al opresor se les roba su humanidad.