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Esta vida que hay en nosotros, por poco que parpadee o arda ferozmente, sigue siendo una llama divina que ningún hombre se atreve a apagar, aunque sus motivos no sean tan humanos e iluminados; suponer lo contrario es consentir un deseo de muerte; o la vida es siempre y en toda circunstancia sagrada, o intrínsecamente sin importancia; es inconcebible que en algunos casos sea lo uno y en otros lo otro.