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  • El cristianismo no puede borrar la necesidad de placer del hombre, ni puede erradicar las diversas fuentes de placer. Sin embargo, lo que sí puede hacer, y en lo que ha sido extremadamente eficaz, es inculcar la culpa en relación con el placer. La búsqueda del placer, cuando va acompañada de culpa, se convierte en un medio de perpetuar la culpa crónica, y esto sirve para reforzar la dependencia de Dios.