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Y en toda predicación que hagáis, amonestad al pueblo acerca del arrepentimiento, y de que nadie puede salvarse sino el que recibe el Santísimo Cuerpo y Sangre de nuestro Señor. Y cuando sea sacrificado en el altar por el sacerdote o llevado a cualquier parte, que todo el pueblo, de rodillas dobladas, rinda alabanza, gloria y honor al Verdadero y Viviente Señor Dios.