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Si somos puros de corazón, no desearíamos el bien a una persona y no a otra. Deberíamos ver que no hay diferencia entre una persona y otra. Entonces nuestros pensamientos puros pueden repartirse uniformemente entre todas las personas. La luz del sol puede reflejarse en el agua limpia, pero no en el agua sucia. La luz de Dios se reflejará en aquellas personas con un corazón puro.