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Vivimos en sucesión, en división, en partes, en partículas. Mientras tanto, dentro del hombre está el alma del todo; el silencio sabio; la belleza universal, con la que cada parte y partícula está igualmente relacionada, el UNO eterno. Y este poder profundo en el que existimos y cuya beatitud es toda accesible para nosotros, no sólo es autosuficiente y perfecto en cada hora, sino que el acto de ver y la cosa vista, el vidente y el espectáculo, el sujeto y el objeto, son uno. Vemos el mundo pieza por pieza, como el sol, la luna, el animal, el árbol; pero el todo, del que éstas son partes brillantes, es el alma.