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Fue, tal como Kinski había predicho, un suicidio. Nunca debería haberlo hecho. Quienes le conocieron, y el propio Kinski, sostienen que nunca se recuperó de Woyzeck. Pero, ¿cuál fue el resultado final? Si eres el espectador de esta película, el retrato de Kinski sacude tus sentimientos fuera de la bóveda de la intelectualización o la observación pasiva. Te obliga a sentir con él, a alinearte con tus emociones enterradas. Explota tu sensibilidad. ¿No es esto algo parecido a Cristo? Para mí, sí. Kinski es la cura pura para la enfermedad del siglo XXI: el adormecimiento hasta la monotonía.