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El comercio ha puesto la marca del egoísmo, el sello de su poder que todo lo esclaviza, sobre un mineral brillante, y lo ha llamado oro: ante cuya imagen se inclinan los grandes vulgares, los vanamente ricos, los miserables orgullosos, la turba de campesinos, nobles, sacerdotes y reyes, y con sentimientos ciegos reverencian el poder que los tritura hasta convertirlos en el polvo de la miseria.