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Como potencia cultural-intelectual e ideal moral, el colectivismo murió en la Segunda Guerra Mundial. Si aún rodamos en su dirección, es sólo por la inercia de un vacío y el ímpetu de la desintegración. Un movimiento social que comenzó con las pesadas construcciones dialécticas de Hegel y Marx, que rompen el cerebro, y termina con una horda de niños moralmente desaseados que patalean y chillan: "Lo quiero ahora, se acabó".