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  • ¿Acaso una Magdalena, un Pablo, un Constantino, un Agustín se convirtieron en montañas de hielo tras su conversión? Todo lo contrario. Nunca habríamos tenido estos prodigios de conversión y santidad maravillosa si no hubieran transformado las llamas de la pasión humana en volcanes de inmenso amor a Dios.