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Lo que se nos exige ahora es una nueva era de responsabilidad: el reconocimiento, por parte de cada estadounidense, de que tenemos deberes para con nosotros mismos, nuestra nación y el mundo, deberes que no aceptamos a regañadientes, sino que asumimos con gusto, firmes en la certeza de que no hay nada tan satisfactorio para el espíritu, tan definitorio de nuestro carácter, como darlo todo en una tarea difícil. Este es el precio y la promesa de la ciudadanía.