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Los actuales magnates comprenden que el verdadero poder de los medios no reside en despertar nuestra indignación, como hizo Hearst, sino en desconcertarla o tranquilizarla con nuevos juguetes. La idea es volvernos pasivos para que puedan ejercer su poder de vendernos un montón de cosas que en su mayoría no necesitamos y en su mayoría no queremos.