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Todos los predicadores de la moral, como también todos los teólogos, tienen una mala costumbre en común: todos ellos tratan de persuadir al hombre de que está muy enfermo, y de que es necesaria una cura severa, definitiva, radical.
Todos los predicadores de la moral, como también todos los teólogos, tienen una mala costumbre en común: todos ellos tratan de persuadir al hombre de que está muy enfermo, y de que es necesaria una cura severa, definitiva, radical.