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Podemos señalar de paso que ser ciego y amado puede ser, en este mundo donde nada es perfecto, una de las formas más extrañamente exquisitas de felicidad. La felicidad suprema en la vida es la seguridad de ser amado; de ser amado por uno mismo, incluso a pesar de uno mismo; y esta seguridad la posee el ciego. En su aflicción, ser servido es ser acariciado. ¿Le falta algo? Poseyendo amor no está privado de luz. Un amor, además, totalmente puro. No puede haber ceguera donde existe esta certeza.