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Si los hombres corrieran el mismo riesgo -si supieran que su vientre podría hincharse como si sufrieran una cirrosis terminal, que tendrían que pasar casi un año sin tomar un trago fuerte, un cigarrillo o incluso una aspirina, que sufrirían desmayos y serían incapaces de abrirse paso en los trenes de cercanías-, entonces estoy seguro de que el embarazo se clasificaría como enfermedad de transmisión sexual y los abortos no serían más controvertidos que las apendicectomías de urgencia.