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Así que la tripulación sigue volando sin pensar que están en movimiento. Como la noche sobre el mar, están muy lejos de la tierra, de las ciudades, de los árboles. El reloj sigue avanzando. Los diales, las lámparas de la radio, las distintas agujas y manecillas siguen su alquimia invisible. . . . y cuando llega la hora, el piloto puede pegar la frente a la ventanilla con toda seguridad. El oro ha sido fundido en el olvido y brilla bajo las luces del aeropuerto.