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Si nos permitimos creer que el hombre comenzó con la gracia divina, que la perdió por el pecado y que sólo puede ser redimido por la gracia divina mediante Cristo crucificado, entonces encontraremos una paz de espíritu jamás concedida a los filósofos. El que no puede creer está maldito, pues revela con su incredulidad que Dios no ha querido darle la gracia.