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El disidente no opera en el ámbito del verdadero poder. No busca el poder. No aspira a ningún cargo ni recaba votos. No intenta seducir al público, no ofrece ni promete nada. Lo único que puede ofrecer, si acaso, es su propio pellejo, y lo ofrece únicamente porque no tiene otra forma de afirmar la verdad que defiende. Sus acciones simplemente expresan su dignidad como ciudadano, cueste lo que cueste.