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  • La última canción fue tan profunda, cruda y pura que no pude escapar. Era como si la gente estuviera cantando entre las notas, llorando y alegre al mismo tiempo, y sentí como si sus voces o algo me acunara en su seno, abrazándome como a un niño asustado, y me abrí a ese sentimiento... y me inundó.

    Anne Lamott (2000). “Traveling Mercies: Some Thoughts on Faith”, p.49, Anchor