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Había aprendido a tener una náusea perfecta por el teatro: la repetición continua de las mismas palabras y los mismos gestos, noche tras noche, y los caprichos, la manera de ver la vida y todo el galimatías me repugnaban.
Había aprendido a tener una náusea perfecta por el teatro: la repetición continua de las mismas palabras y los mismos gestos, noche tras noche, y los caprichos, la manera de ver la vida y todo el galimatías me repugnaban.