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Ninguna mujer es realmente una infiltrada en las instituciones engendradas por la conciencia masculina. Cuando nos permitimos creer que lo somos, perdemos el contacto con partes de nosotras mismas definidas como inaceptables por esa conciencia; con la dureza vital y la fuerza visionaria de las abuelas furiosas, las feroces mujeres del mercado de la Guerra de las Mujeres de Ibo, las trabajadoras de la seda de la China prerrevolucionaria que se resistían al matrimonio, los millones de viudas, comadronas y curanderas torturadas y quemadas como brujas durante tres siglos en Europa.