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Luces de colores brillaban en todo el cielo boreal, saltando y centelleando, extendiéndose en los tonos del arco iris desde el horizonte hasta el cenit: del rojo sangre al rosa rosado, del amarillo azafrán al delicado prímula, del verde pálido, del aguamarina al añil más oscuro. Grandes velos de color cubrían los cielos, subiendo y bajando como la luz vista a través de cortinas de agua en cascada. Las serpentinas salían disparadas en grandes haces cambiantes, como si Dios hubiera puesto su pulgar sobre el sol.