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En efecto, los animales son más antiguos, más complejos y, en muchos sentidos, más sofisticados que nosotros. Son más perfectos porque se mantienen dentro de la temible simetría de la Naturaleza, tal y como ésta pretendía. Deben ser respetados y venerados, pero quizá ninguno más que el elefante, el mamífero terrestre más emocionalmente humano del mundo.