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Siempre quise un padre. De cualquier tipo. Uno estricto, uno divertido, uno que me comprara vestidos rosas, uno que deseara que yo fuera un niño. Uno que viajara, uno que nunca se levantara de su silla Morris. Doctor, abogado, jefe indio. Quería espuma de afeitar en el fregadero y silbidos en las escaleras. Quería pantalones colgados por los puños de un cajón de la cómoda. Quería cambio tintineando en un bolsillo y el sonido del hielo rompiéndose en una copa de cóctel a las cinco y media. Quería oír reír a mi madre detrás de una puerta cerrada.