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La actitud de infelicidad no sólo es dolorosa, es mezquina y fea. ¿Qué puede ser más vil e indigno que el estado de ánimo melancólico, pululante y abatido, sin importar los males externos que lo hayan engendrado? ¿Qué hay más perjudicial para los demás? ¿Qué es menos útil para salir de la dificultad? No hace más que consolidar y perpetuar el problema que lo ocasionó, y aumentar el mal total de la situación. A toda costa, pues, debemos reducir la influencia de ese estado de ánimo; debemos descubrirlo en nosotros mismos y en los demás, y no mostrar nunca tolerancia.