Entonces Sartre nos asegura que, debido a la desaparición final de Dios, ¡nuestra libertad es absoluta! Todo el público saluda con el sombrero o aplaude. Pero este entusiasmo natural se transforma bruscamente en algo mucho menos boyante cuando nos enteramos de que esta libertad nos carga inmediatamente con tremendas responsabilidades. Ahora tenemos que cargar con todas las preocupaciones de Dios sobre nuestros hombros -ahora que nos hemos convertido en hombres como dioses. En este punto comienzan la ansiedad y el abatimiento, que terminan en la desesperación más absoluta.