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Permítanme ahora advertirles de la manera más solemne contra los efectos nefastos del espíritu de partido. Los males comunes y continuos del espíritu de partido son suficientes para hacer que el interés y el deber de un pueblo sabio sea desalentarlo y refrenarlo. Siempre sirve para distraer a los consejos públicos y debilitar la administración pública. Agita a la comunidad con celos infundados y falsas alarmas; enciende la animosidad de una parte contra otra. En los gobiernos puramente electivos, es un espíritu que no debe alentarse.