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Mucho de lo que llamamos mal se debe enteramente a la manera en que los hombres toman el fenómeno. A menudo puede convertirse en un bien tonificante mediante un simple cambio de la actitud interior del que lo sufre, de una actitud de miedo a una de lucha; a menudo puede dejar de ser una amenaza y convertirse en un placer cuando, después de intentar en vano evitarlo, aceptamos afrontarlo y soportarlo.