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La historia humana, como todos los grandes movimientos, era cíclica y volvía al punto de partida. La idea de un progreso indefinido en una línea recta era una quimera de la imaginación, sin análogos en la naturaleza. La parábola de un cometa era quizás una mejor ilustración de la carrera de la humanidad. Desde el afelio de la barbarie, la raza ascendía hacia el sol y alcanzaba el perihelio de la civilización, para precipitarse una vez más hacia su meta inferior en las regiones del caos.