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Es verdad que ni siquiera Cristo se ve, pero existe; ha resucitado, está vivo, está cerca de nosotros, más verdaderamente de lo que el marido más enamorado está cerca de su mujer. He aquí el punto crucial: pensar en Cristo no como una persona del pasado, sino como el Señor resucitado y vivo, con quien puedo hablar, a quien puedo incluso besar si lo deseo, seguro de que mi beso no termina en el papel o en la madera de un crucifijo, sino en un rostro y en unos labios de carne viva (aunque espiritualizada), feliz de recibir mi beso.