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Cuando salimos de la iglesia, estuvimos hablando un rato sobre el ingenioso sofisma del obispo Berkeley para demostrar la inexistencia de la materia y que todo en el universo es meramente ideal. Observé que, aunque estamos convencidos de que su doctrina no es cierta, es imposible refutarla. Nunca olvidaré la presteza con que Johnson respondió, golpeando con fuerza su pie contra una gran piedra, hasta que rebotó de ella: "Yo lo refuto así".