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Hablar de la bandera o de las drogas o del crimen (nunca de raza o clase o justicia) y seguir el camino de baldosas amarillas hacia la maravillosa tierra del consenso. En lugar de la discusión honesta entre adultos que consienten, los políticos sustituyen la canción de cuna para niños asustados: la pretensión de que el conflicto no existe realmente, de que hemos alcanzado el bendito estado en el que ya no necesitamos la política.