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Hasta que los filósofos sean reyes, o los reyes y príncipes de este mundo tengan el espíritu y el poder de la filosofía, y la grandeza política y la sabiduría se reúnan en una, y aquellas naturalezas plebeyas que persiguen cualquiera de las dos con exclusión de la otra se vean obligadas a apartarse, las ciudades nunca tendrán descanso de sus males -no, ni la raza humana, como yo creo- y sólo entonces este nuestro Estado tendrá una posibilidad de vida y contemplará la luz del día.