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El fin de semana había comenzado con el resentimiento habitual y había continuado con un mal humor medio reprimido. Era, por supuesto, culpa suya. Había estado más dispuesto a herir los sentimientos de su mujer y privar a su hija que a incomodar a un bar lleno de desconocidos. Deseaba que hubiera un recuerdo de su hija muerta que no estuviera manchado de culpa y remordimiento.