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Tal vez el mayor descubrimiento de mi vida, sin duda el mayor compromiso, llegó cuando finalmente tuve la confianza en Dios de que le prestaría o cedería mi albedrío, sin coacción ni presión, sin coerción alguna, como individuo solo, por mí mismo, sin falsificaciones, sin esperar nada más que el privilegio. En cierto sentido, hablando en sentido figurado, tomar el propio albedrío, ese precioso don que las Escrituras dejan claro que es esencial para la vida misma, y decir: "Haré lo que tú me digas", es aprender después que al hacerlo lo posees aún más.