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Como Jesús, podemos decidir, diaria o instantáneamente, no hacer caso a la tentación (véase D. y C. 20:22). Podemos responder a la irritación con una sonrisa en lugar de fruncir el ceño, o haciendo un cálido elogio en lugar de una gélida indiferencia. Al ser comprensivos en lugar de bruscos, los demás, a su vez, pueden decidir aguantar un poco más en lugar de ceder. El amor, la paciencia y la mansedumbre pueden ser tan contagiosos como la rudeza y la grosería.