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Si, pues, mi obra es negativa, irreligiosa, atea, recuérdese que el ateísmo -al menos en el sentido de esta obra- es el secreto de la religión misma; que la religión misma, no ciertamente en la superficie, sino fundamentalmente, no en la intención o según su propia suposición, sino en su corazón, en su esencia, no cree en otra cosa que en la verdad y la divinidad de la naturaleza humana.