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No hay dolor físico, ni herida espiritual, ni angustia del alma o dolor del corazón, ni enfermedad o debilidad a la que tú o yo nos enfrentemos en la mortalidad que el Salvador no haya experimentado primero. En un momento de debilidad podemos gritar: "Nadie sabe lo que se siente. Nadie lo entiende". Pero el Hijo de Dios sabe y comprende perfectamente, porque Él ha sentido y soportado nuestras cargas individuales.