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En última instancia, la paz no tiene que ver con la política. Se trata de actitudes; de un sentido de empatía; de romper las divisiones que nos creamos en nuestras propias mentes y nuestros propios corazones y que no existen en ninguna realidad objetiva, pero que arrastramos generación tras generación. Y lo sé, porque en Estados Unidos también hemos tenido que trabajar duro durante décadas, lenta y gradualmente, a veces dolorosamente, a trompicones, para seguir perfeccionando nuestra unión.