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Acab echó un ojo codicioso a la viña de Nabot, David un ojo lujurioso a Betsabé. El ojo es el pulso del alma; así como los médicos juzgan el corazón por el pulso, nosotros lo hacemos por el ojo; un ojo errante, un corazón errante. El ojo bueno guarda el tiempo preciso, y golpea cuando debe; el lujurioso, el tiempo de crochet, y así desafina todo.