Era como si estuviéramos en el corazón de un laberinto. Nos sentíamos abrumados por la enormidad de las tareas que teníamos por delante. Mary nos había dado una botella de leche y una cucharada de té suelto, así que, incapaces de decidir qué hacer, hicimos lo que hacen todos los irlandeses y todas las irlandesas: tomamos té. De repente apareció el sol y no por primera ni por última vez sentimos que nos levantaba el ánimo y lo cambiaba todo. Parecía un día de fiesta.