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Por supuesto, la libertad religiosa y la libertad de opinión entrañan peligros. Pero negar estos derechos es peor que peligroso, es absolutamente fatal para la libertad. La amenaza externa a la libertad no debe llevarnos a suprimir la libertad en casa. Los que quieren que el gobierno regule los asuntos de la mente y el espíritu son como hombres que tienen tanto miedo de ser asesinados que se suicidan para evitar el asesinato.