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Estoy imbuido de la noción de que una Musa es necesariamente una mujer muerta, inaccesible o ausente; de que una estructura poética -como el canon, que no es más que un agujero rodeado de acero- sólo puede basarse en lo que no se tiene; y de que, en última instancia, sólo se puede escribir para llenar un vacío o, al menos, para situar, en relación con la parte más lúcida de nosotros mismos, el lugar donde bosteza en nuestro interior ese abismo inconmensurable.