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Una vez que hemos entregado nuestros sentidos y sistemas nerviosos a la manipulación privada de quienes intentarían beneficiarse de tomar en arrendamiento nuestros ojos y oídos y nervios, no nos queda realmente ningún derecho. Arrendar nuestros ojos, oídos y nervios a intereses comerciales es como entregar el habla común a una corporación privada, o como entregar la atmósfera terrestre a una empresa en régimen de monopolio.