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No nos corresponde a nosotros imaginar que podemos probar la verdad del cristianismo con nuestros propios argumentos; nadie puede probar la verdad del cristianismo excepto el Espíritu Santo, por su propia obra todopoderosa de renovar el corazón cegado. Es prerrogativa soberana del Espíritu de Cristo convencer las conciencias de los hombres de la verdad del evangelio de Cristo; y los testigos humanos de Cristo deben aprender a basar sus esperanzas de éxito, no en la inteligente presentación de la verdad por el hombre, sino en la poderosa demostración de la verdad por el Espíritu.