-
Tentativamente, coloqué un gran trozo de madera sobre la tabla de cortar y la golpeé con el hacha. Voló en dos mitades perfectas. Fue tal mi euforia que entré corriendo en casa, puse nuestro antiguo disco rajado de Aretha Franklin cantando Respect y bailé sola durante media hora en nuestro salón, sin inhibiciones, casi llorando de júbilo, no sólo por la madera, sino porque podía vivir de forma competente alguna vez, y porque ese día me gustaba a mí misma.